miércoles, 21 de noviembre de 2007

INTRODUCCIÓN


Hola a todos.Antes de nada, vamos a presentarnos. Nos llamamos Mari Carmen y Julio y somos una pareja de Madrid que viajamos a Escocia a mediados de Junio de 2007. Quedamos tan impresionados con la belleza de aquel país, que decidimos crear un cuaderno de viaje en formato de blog con el fin de contar nuestra experiencia y acercar a los futuros viajeros nuestra humilde percepción de la aventura, durante nuestra estancia en la tierra de los lagos y los castillos.

Lo de llamar al blog "Érase una vez en Escocia" tal vez se deba a que en todo momento nos pareció sentirnos en la piel de aquellos personajes de cuento, rodeados de bosques y paisajes preciosos donde la más humilde casita de campo parecía sacada de lo que describían los hermanos Grimm en sus relatos.


Planificamos nuestro recorrido con antelación, "acampando" cada día en un lugar diferente y procurando visitar lo más simbólico de la cultura escocesa aún a sabiendas que nos dejaríamos muchas cosas por ver.
Visto en el mapa, Escocia
puede parecer un país pequeño pero no lo es. Nosotros recorrimos una media de 350 Kms diarios y en 7 días, se puede decir que solo vimos una cuarta parte de lo más esencial, lo cual significa una cosa: estamos obligados a volver.
Para los que tengais pensado viajar allí, permitidnos el consejo de que lo hagais por libre y por supuesto, en coche. Es lo que realmente os va a permitir fundiros con la cultura escocesa y perderos por lugares y acantilados que ni por asomo, tendríais oportunidad de conocer a través de un viaje organizado.

Lo de conducir por la izquierda no es tan complicado y enseguida se le coge el punto. Eso sí; nunca hay que bajar la guardia y estar muy atento a las señales porque las carreteras secundarias de Escocia son
secundarias en el sentido más literal de la palabra.

Aquí teneis una foto con el itineario que nosotros hicimos, clasificado por días y colores como el plano del Metro. Espero que os sea útil.


(pinchad sobre las fotos para verlas en grande)


De la misma manera, hemos clasificado las diferentes entradas del blog por días e itinerarios y que podeis consultar pinchando en los enlaces del panel lateral. También hemos añadido las fotos más representativas de cada lugar visitado y también algunos videos, que seguramente harán que la lectura sea mucho más amena y descriptiva.

Por supuesto, no dudeis en dejar vuestras opiniones. Este es un diario abierto y estaremos encantados de responder a cualquier pregunta o duda que querais formular. Podeis hacerlo pinchando en el link Comentarios que hay al final de cada post.

Gracias de antemano y ójala que disfruteis del viaje tanto como nosotros.

martes, 20 de noviembre de 2007

DÍA 1 --- MADRID - GLASGOW - EDIMBURGO


La noche anterior a nuestro viaje, apenas habíamos dormido.
Aparte de los inevitables nervios, habíamos estado de boda (no la nuestra eh?) y nos acostamos bastante tarde. No habíamos conciliado ni 3 horas de sueño cuando el despertador nos recordó que debíamos ponernos en marcha y encaminarnos hacia el areopuerto. Nuestra "aventura" estaba a punto de comenzar.
Y pongo lo de aventura entre comillas porque la cosa no empezó con my buen pie que digamos.

Al llegar a la T4 del aeropuerto de Barajas nos encontramos con una situación bastante caótica y pudimos observar lo alterada que estaba la gente.
Las colas para facturar eran enormes y para colmo nos dicen que nuestro vuelo lo gestionaba Iberia. Ahí ya empezamos a preocuparnos.
Cuando llegó nuestro turno, el avión que teníamos que coger ya llevaba un rato a 10.000 pies de altura. De nada nos sirvió haber llegado al aeropuerto con casi 3 horas!!!! de antelación. Vergonzoso.

Menos mal que dos horas más tarde nos pudieron meter en el siguiente vuelo con destino al aeropuerto de Heathrow (Londres), donde hacíamos escala para despues volar a Edimburgo.
A las tres y media de la tarde estabamos despegando.




Aterrizamos en el aeropuerto de Heathrow a las 4 de la tarde hora local (allí es una hora menos) y nuestro vuelo para Edimburgo, salía a las 5.
Como teníamos que recoger el equipaje y facturar de nuevo con British Airways, evidentemente perdimos también el vuelo a Edimburgo.
Ya es mala pata perder dos aviones en el mismo día con lo grandes que son.

Nuestra preocupación aumentó al ver que el siguiente vuelo a Edimburgo había sido cancelado y ya no había más hasta el día siguiente, así que alli estabamos, sin saber qué hacer ni a quien acudir.
Una vez en Londres, olvídate de Iberia y por supuesto olvídate de hablar castellano.

En nuestra deseperación, acudimos a un mostrador de British Airways donde, aun no sé como y con mi limitado inglés, conseguí entenderme con una señora muy amable que nos ofreció una alternativa: en dos horas salía un vuelo para Glasgow y si había suerte y fallaban algunos pasajeros, nos podían dar plaza.
No entraba en nuestros planes pasar por Glasgow, pero al estar a solo una hora de tren de Edimburgo, pensamos que en el peor de los casos, era mejor quedarse tirados allí que no en Londres y decidimos arriesgarnos.

A 15 minutos de la salida del vuelo, nos anuncian que podemos facturar y por fin respiramos aliviados. Hora y media más tarde, estabamos tomando tierra en el aeropuerto de Glasgow. Al menos ya estabamos en Escocia y nuestras lívidas caras ya tenían mejor color.



En el mismo aeropuerto, cogimos un autobus que nos dejó en la estación de ferrocarril donde deberíamos tomar un tren que nos llevara a Edimburgo.
No pudimos ver gran cosa de Glasgow desde el autobus porque iba abarrotado de gente y estaba empezando a anochecer, pero nos pareció una ciudad no demasiado distinta a cualquier otra europea. Sin ser la capital, es la ciudad más industrial y más poblada de Escocia y si sirve de ejemplo, fue la única localidad escocesa donde vimos bloques de pisos como los que hay aquí.

Una vez en la estación sacamos los tickets para el tren a Edimburgo y a las 22:20 el tren partía puntual hacia nuestro destino.

 
El viaje duró algo menos de una hora y cuando llegamos a Edimburgo, era ya noche cerrada y la estación estaba bastante solitaria. Preguntamos a unos policías donde podíamos coger un taxi y nos indicaron amablemente donde estaba la parada más próxima ya que allí no se puede parar a los taxis en plena calle.
Los taxis de allí son enormes por dentro y en la parte de atrás caben cinco personas perfectamente. El equipaje va en la parte de delante, junto al conductor.

Indicamos al taxista la dirección de nuestro hotel y en menos de cinco minutos, estábamos ante la puerta de The Thistel House, nuestro primer hotel en Edimburgo. El taxi nos costó 2,40 libras. No nos pareció caro en absoluto y además el taxista fue muy amable en todo momento.
Por fin estábamos en nuestro destino, pero aún tuvimos que sortear un último inconveniente: el hotel cerraba a las 11 de la noche y eran las 12 menos cuarto. Pulsamos el timbre ya que la puerta estaba cerrada.

Una vez. Dos veces........y nada.
A la tercera, nos abrió la puerta un recepcionista de rasgos hindús totalmente despeinado y restregándose los ojos, con aspecto de haber saltado de la cama.
Le explicamos nuestra epopeya con los vuelos y pedimos disculpas por el retraso. El tipo sonrió y nos invitó a pasar asegurando que no había ningún problema.
Firmamos en el libro de registro y nos condujo a una habitación abuharllidada muy acogedora, bastante similar a las de las casas de muñecas.

 

Es difícil describir el tremendo suspiro de alivio que dimos al dejar caer las maletas en el suelo. Ahora sonrio al contarlo pero la verdad es que pasamos un día de absoluta penuria, en el que solo nos faltó llorar.
Aún no nos explicamos como fuimos capaces de llegar con todos los contratiempos que tuvimos. Mejor no pensar en ello.
Lo importante es que estábamos en nuestro hotel y nos estaba esperando una mullida cama que de verdad necesitábamos. Estábamos rendidos y dormimos como lirones.

No adelanto nada, pero a partir de ahora todo iba a ir como la seda.
O casi todo.

lunes, 19 de noviembre de 2007

DÍA 2 --- EDIMBURGO - PITTENWEEM - ST. ANDREWS - GLAMIS CASTLE - BALLATER



A las 7:30 de la mañana sonó el despertador del móvil con la melodía del Otoño de Vivaldi. Nada más saltar de la cama, quisimos convencernos de que realmente estábamos en Edimburgo. Nos asomamos a la ventana y esto fue lo primero que vimos:


A primera vista, Edimburgo era como lo habíamos imaginado, sempiternamente nublado, con aquellas casas de aspecto victoriano, sus tejados de pizarra plagados de verdín a causa de la humedad y esas chimeneas cilíndricas que nos recordaron a la película "The Yellow Submarine" de los Beatles, en la secuencia en que sonaba Eleanor Rigby.
No había tiempo que perder y estabamos hambrientos así que, tras una ducha rápida, bajamos a desayunar para por fin dar buena cuenta del famoso "scottish breakfast" consistente en huevos con bacon, pastel de patata, salchichas, judías y champiñon a la plancha. Ah y también café y tostadas.
Casi ná.

Tras desayunar, fuimos en busca de las maletas, pagamos la cuenta y pedimos al simpático recepcionista que si podía avisar a un taxi. Teníamos que recoger el coche de alquiler a las 9:30 y ya eran casi las 9. Éste lo hizo encantado y mientras llegaba el taxi (que apenas tardó 5 minutos), aprovechamos para hacernos una foto frente al Thistle House como recuerdo a nuestra maravillosa estancia en aquel hotelito, altamente recomendable.



Una vez en el taxi, pudimos contemplar las calles de Edimburgo a la luz del día y la belleza de sus construcciones. En nuestro recorrido, charlamos amigablemente con el taxista, principalmente sobre fútbol (el Real Madrid acababa de proclamarse campeón de Liga) y algunas curiosidades sobre como se pronuncian ciertas palabras.
Por ejemplo, tendemos a pronuciar Edinburgh como "Edinborg" y los escoceses dicen "Edinbra". Salvando estos pequeños detalles, tengo que decir que el inglés del taxista se comprendía perfectamente. No sé quien soy yo para afirmarlo pero al contrario de lo que dicen por ahí, los escoceses hablan un inglés muy correcto. Al menos en Edimburgo.


Llegamos puntuales a la oficina de Avis y nos despedimos del taxista con un fuerte apretón de manos. El trayecto nos costó esta vez 4,80 libras y tampoco nos pareció caro teniendo en cuenta que habíamos atravesado media ciudad.
Una vez en la oficina de alquiler, dimos nuestros datos y nos entregaron las llaves de un flamante Renault Megane de color negro, casi a estrenar. No lo habíamos pedido, pero por el mismo precio (294 libras por 7 días) nos entregaron un coche con todos los extras que cabe imaginar, incluido un estupendo techo solar.

Ahora venía la incertidumbre de como me las iba a apañar para conducir por la izquierda así que salimos del garaje con bastante precaución mirando bien a todos lados y cambiando radicalmente el chip en las intersecciones de las calles. No habíamos recorrido ni 500 metros (perdón, 547 yardas) cuando sonó un golpe seco que nos dió un tremendo susto. Al principio pensamos que había saltado un airbag, pero enseguida vimos que habíamos golpeado el retrovisor izquierdo del coche con alguna farola (creemos) y que el espejo se había rajado. Joer. Empezabamos bien.

Paramos para comprobar los daños y viendo que no se trataba de nada grave, reemprendimos la marcha despacito y con un ligero tembleque en las piernas, todo hay que decirlo.
Lo más embarazoso de conducir por la izquierda no es tomar las rotondas al revés, ni la palanca de cambios o la dirección como se suele pensar. Lo más complicado que observamos nosotros fue la distancia que tienes que tener en cuenta de la anchura del vehículo por el lado del copiloto para no subirte a las aceras.

Tras unos cuantos cruces y rotondas, le fui cogiendo el tranquillo al coche y cuando nos quisimos dar cuenta estábamos en las afueras de Edimburgo en plena autopista (allí les llaman "motorways"), de momento circulando por el carril de vehículos lentos que evidentemente es el izquierdo.



Antes de desviarnos hacia Pettenweem, nuestro primer destino, paramos en la localidad de Kirkcaldy para hacer acopio de provisiones en un pequeño supermercado, donde compramos bebidas, algo de queso, embutido y pan de molde.
Cuando vas de viaje en plan excursión es lo mejor que se puede hacer: desayunar fuerte como hicimos nosotros y luego comer unos sandwiches a media tarde. No es que en el Reino Unido se coma mal, pero tienen un pan de molde excelente y eso hay que aprovecharlo.

Eran las 11 y media cuando llegamos a Pettenweem, un precioso pueblo pesquero en la costa este de Escocia, famoso por sus historias y leyendas sobre brujas.
No fue casualidad que aparcaramos el coche junto a un tenebroso cementerio.

 

Puede que suene macabro pero los cementerios escoceses son un verdadero espectáculo. Están siempre a pie de calle o cerca de las iglesias y dentro de su aspecto lúgubre, son bonitos de ver.
En las localidades costeras, no es extraño ver alguna que otra tumba de supuestos piratas.



Tras visitar el cementerio y su iglesia, nos encaminamos hacia la zona del puerto bajando por las empinadas calles empedradas del pueblo. Nos sorprendieron las humildes casas de los pescadores, el agradable olor a salitre y lo limpísimo que estaba todo.



Una vez en el puerto, dimos un paseo por la calle principal y nos detuvimos a mirar y fotografíar las pintorescas embarcaciones.

Después, seguimos caminando hasta el final del muelle para contemplar la fiereza del mar del Norte que sorprendentemente para nosotros, ese día estaba bastante tranquilo.
 
Nos encantó Petenweem
y no nos hubiera importado quedarnos un rato más allí, pero teníamos un itinerario que cumplir así que regresamos de nuevo al coche y configuramos nuestro siguiente destino en el GPS: Saint Andrews, lugar donde segun dicen, se inventó el golf y considerado cuna mundial de este deporte.
Por lo visto hay listas de espera de varios años para jugar en los campos de golf de St. Andrews, pero nosotros no íbamos allí para eso. Demasiado pijerío para nosotros.


Nosotros escogimos St. Andrews por su impresionante catedral en ruinas y su inmenso cementerio, tal vez el más impresionante y sobrecogedor de toda Escocia.
 
Un lugar donde a nadie le gustaría pasar una noche, pero al mismo tiempo dotado de una belleza incomparable.


Un lugar que empezó a construirse en el siglo XII, impregnado de historia y repleto de piedras milenarias.













 



La entrada a la catedral es gratuita, pero existe la opción de subir a la torre y visitar la cripta por algo menos de 2 libras. Y merece realmente la pena. Nosotros tuvimos la mala fortuna de que tras de subir la interminable escalera de caracol que conducía a lo más alto de la torre, la niebla hizo acto de presencia (por si el lugar era poco tétrico) y apenas pudimos ver nada del recinto de la catedral, aunque sí pudimos disfrutar de unas magníficas vistas de la ciudad.
 
A las dos y media de la tarde, decidimos dejar St. Andrews sin poder evitar echar la vista atrás y contemplar con algo más de distancia la solemnidad de la torre principal.
 
Demasiado impactante como para no mirar, pero debíamos emprender rumbo hacia el condado de Forfar, donde nos esperaba
uno de los castillos más famosos y mejor conservados de Escocia: Glamis Castle


La entrada al castillo de Glamis es espectacular. Se accede por una vieja puerta de piedra con un portón de hierro y más adelante aparece un camino asfaltado flanqueado por inmensos árboles, que van desapareciendo del campo de visión para dejar paso a la majestuosidad con la que este castillo de cuento de hadas, se muestra ante nuestros ojos. En este vídeo podeis ver plasmada esa sensación.



La verdad es que sorprende que en un sitio tan sumamente cuidado como éste, te permitan pasar con el coche hasta la misma puerta del castillo.


Y cuando digo hasta la misma puerta, es literalmente hasta la misma puerta.
 
Aparcamos el coche en una explanada de hierba que había en la parte trasera y sacamos los tickets para la visita guiada del castillo, a la que llegamos por los pelos porque era el último pase del día.

 

Eran casi las tres y media y aun teníamos veinte minutos antes de entrar. Aprovechamos para tomar un tentempié y comer unos sandwiches de ensalada de pollo con nuestro recién estrenado pan de molde escocés. Y la verdad es que nos supo a gloria.
Justo antes de entrar al castillo, nos dió tiempo a hacer unas fotos a un par de vacas melenudas que pastaban en la finca colindante; las famosas "Highland Coo". Simpáticos bichos estos.



Una vez en el interior del castillo, un guía muy serio e impecablemente trajeado nos condujo por las diversas estancias, mientras daba unas breves explicaciones en un inglés perfectamente comprensible.
En uno de los pasillos, nos señaló un viejo taburete de madera y nos dijo que tuviéramos cuidado porque allí solía sentarse el fantasma de un niño que se divertía poniendo la zancadilla a los visitantes.
Ya nos habían hablado de la pasión que sienten los escoceses por las leyendas y como buen castillo que se precie, éste no se iba a ser menos.
La pena es que no dejaban hacer fotos del interior, pero desde aquí recomendamos su visita porque es realmente vistoso por dentro. Casi tanto como por fuera.

 

Como en principio no teníamos ninguna visita más en el plan de ruta, decidimos dar una vuelta por los enormes jardines que circundaban el castillo. Hacía una tarde magnífica, de las que apetece pasear. Y aunque hacía un poco de fresco, por primera vez en nuestro viaje brillaba un sol radiante que no quisimos desaprovechar y que incidía sobre las almenas del Glamis Castle.
 

He aquí una pequeña muestra de lo fastuoso de esos jardines, por los que se podía caminar con aboluta tranquilidad sin miedo a toparse con Eduardo Manostijeras.

 
















Si te adentrabas un poco en el bosque, te podías encontrar con cosas tan curiosas como este mini-cementerio donde se hallaban enterradas las mascotas de la familia.



Una vez recorrido todo el extenso recinto del castillo, decidimos reemprender la marcha.
Cuando volvimos al lugar donde habíamos dejado el coche, nos extrañó ver que era el único que quedaba allí y no le dimos la mayor importancia.
Pero casi nos da un infarto al llegar al portón de hierro y ver que estaba cerrado, rodeado de una gruesa cadena con un candado no menos gigantesco.

Madre mía. Ya estábamos metidos en otro fregao.

Antes de perder la calma, bajé del coche en busca de un interfono o algo para comunicarnos pero allí no había nada.
Mari Carmen me miraba con cara de susto, como queriendo decir que ella no pensaba quedarse a dormir allí sabiendo que había fantasmas. A mi tampoco me entusiasmaba la idea de pernoctar en el coche.
Dimos marcha atrás en busca de alguien que pudiera ayudarnos, pero por allí no se veía ni un alma.

Tras recorrer un laberinto de pequeñas carreteras, de repente apareció una chica montada en bici a la que preguntamos si había otra salida. Nos indicó amablemente un camino estrecho por el que se podía salir, pero al mismo tiempo nos dijo que nos diéramos prisa porque también lo solían cerrar antes de las 6.
Afortunadamente, encontramos la puerta abierta y salimos de allí, como se suele decir, cagando leches.

Aprendimos una lección que nadie debe olvidar si tiene intención de viajar a Escocia y es que allí, a las 5 de la tarde lo cierran TODO, incluidos los comercios. A partir de esa hora, en los únicos sitios donde se puede encontrar rastro de vida es en los pubs o en alguna gasolinera.



Esa noche dormíamos en Ballater, un pueblo de montaña que distaba 60 millas de donde nos encontrábamos. Teníamos que tomar la A93 que nos llevaba directos, pero nuestro GPS se empecinó en llevarnos por un "atajo" y decidimos hacerle caso.
A pesar de que la carretera (si es que se le puede llamar así) era realmente angosta y solo cabía un coche, agradecimos la decisión del cacharro porque el paisaje fue encantador durante todo el camino. Había tramos donde la hierba crecía hasta casi la altura del coche y otros en los que hacían acto de presencia pequeñas elevaciones montañosas con sus diferentes tonalidades de verde.


 










La verdad es que fué bastante divertido conducir por allí. Menos mal que en las 35 millas que duró el trayecto hasta retomar la A93, no nos cruzamos con NINGÚN coche porque no me imagino como nos las habríamos apañado para pasar los dos. De divertido no hubiera tenido nada.

  
A las 7 de la tarde llegamos a Braemar, uno de los pueblos más acogedores y bonitos de la zona de Grampian & Moray y decidimos hacer una parada de descanso.

 












Pasear por sus calles, nos recordó una vez más los escenarios de cuento con sus casas de ventanas blancas y sus vistosos jardines.
Pronto descubriríamos que eso de los jardines es una constante en toda Escocia y que en la más remota casa del más remoto pueblo, tienen muy en cuenta el aspecto exterior sus hogares.

 

Pero no solo son los jardines lo que tienen tan cuidado. Cuando llegamos a Ballater (nuestro último destino del día) y dejamos las maletas en el hotel, dimos otra vuelta por sus calles y vimos que las fachadas de los comercios también estaban llenas de encanto.


Los pueblos escoceses se parecen muy poco a los de aquí y con ésto no estamos diciendo que sean mejores o peores. Simplemente, son diferentes.

 

En ninguna localidad escocesa por pequeña que sea, falta la iglesia con su imponente aguja. La religión está muy presente en todo el territorio.Por cierto. Una de las cosas que debemos evitar es confundir Escocia con Inglaterra o discutir sobre creencias religiosas, ya que los escoceses consideran ambas cosas una grave ofensa.


Después de caminar hasta el margen del río Dee, regresamos hacia nuestro precioso hotel, que antes había sido una vieja iglesia y que ahora han reconvertido de manera formidable para dar alojamiento a los turistas.
Este es la impresionante entrada al Auld Kirk Hotel:

 
Si el trato había sido bueno en el bed & breakfast de Edimburgo, aquí tenemos que decir que fue excelente y por si fuera poco, nos dieron una habitación con unas vistas fabulosas y un cuarto de baño muy moderno y vanguardista. Todo perfecto y además, super limpio.


 






Una vez en la habitación, nos dimos una relajante ducha, yo me tomé un té escoces y después nos metimos pa el cuerpo unas cuantas rebanadas de pan con Nutella.

Antes de acostarnos, hicimos un más que positivo balance de nuestro primer día en Escocia, esperando que la cosa no decayera.

En ese momento, todavía no éramos conscientes de lo que nos estaba esperando.